marzo 07, 2018
¿Qué?
Tomó su chaleco gris, alrededor de las 6.
No había nadie en su casa, el sol se hizo rojo y pensó en no salir. Algo en su mente le aquejaba, como un insecto que con espasmos limpia sus antenas, en una imagen obsesiva y reiterada. Tras esto, sintió miedo, sintió cómo su cara se separaba de él, mientras este despellejaba su piel al rozarse, que su cuerpo de pronto era cera entre un montón de llamas infernales.
Un enorme sismo lo hizo saltar del suelo. Una parte de él no sabía cuál era el sueño, y la otra, comenzaba a latir como un motor furioso.
La fiebre que tenía se le olvidó, las pupilas de sus ojos se agudizaron, él no era quien corría, era la desesperación al ver la madera del entretecho sobre su abuelo, sus piernas cobraron vida otra vez. Una lluvia de carbón caía a su lado, pero su visión estaba limitada a él. Este, en su momento, tuvo tiempo para dejar a su nieto en el suelo, en donde el humo no lo dejase inconsciente, y se dirigió -con toda la audacia que su edad le permite- a la pieza de su nieta, pero el abraso a la estructura le hizo quedar impotente, llorando y gritando de desesperación.
No oyó nada, solo se acercó. Extendió su mano bajo las tablas, pasando por alto, lo que en otro momento pudo ser un lloriqueo infantil, rápidamente callado por las caricias de su abuelo. De alguna manera sabía que podría levantarlas. No se equivocó. Su abuelo se paró, y se dirigieron hasta la pieza de su hermana. Le tapó los ojos. Rick entendió al instante.
La pieza en la que estaban se consumía, debieron salir.
El pueblo ardía. Las madres se pegaban culpándose. Los niños eran abrazados incansablemente, los hombres ayudaban a las casas vecinas.
Una ráfaga de viento se sentía en el cielo. No en el tacto, sino en su sonido. Era un silbido grave, un sonido que viajaba con inmensidad, detrás de la montaña, en intervalos largos e intensos.
Fueron corriendo a la villa vecina, eran las 2 de la noche, ya no se podía estar entre tanto humo.
El sonido seguía viajando, detrás de las montañas. El pueblo ya lo supo, estaban condenados. No se atrevieron ni a correr, aprovecharon cada instante para estar con sus hijos. Una figura colosal aparece en el pico de la montaña. Era un sol de oscuridad, que tapó a la luna, se tiñó de plata. Lo observaron atónitos, quietos, y con aceptación. El fin se acercaba.
El sol era un dragón. Rodeó al pueblo, como si fuese un ritual que cualquier asesino comete.
El niño toma su RPG, marca el objetivo, y pum, cae. El dragón dice, ay me dolió, ya pero nunca más. El niño le dice bueno. Y todos vivieron felices para siempre.