Fallezco, sí, literalmente fallezco. Cada vez soy sombra de mi sombra, me veo pálido desde el suelo. Oscurece mi cuarto, mi cuerpo permanece inmóvil al amanecer, pétreo, sin poder abrir los ojos. Permanezco distante a cada objeto, a cada cosa que me una a este mundo pérfido, todo se aleja, y me canso, me canso de mí mismo. Oscurece e iguala a la ceguera, oscurece y permanezco inmóvil, sin decir nada, y mi lengua da vuelta mil veces mi cuello.
Oscurece y supera a la ceguera.
Oscurece y mi flauta se toca sola, y mi guitarra se afina sola, y mis juguetes juegan solos; sombra de mi sombra - ante mí yo distante - déjame esta pieza por un día. Susurrar mi espalda con esperanzas, un amanecer lubricado y tranquilo, un acompañamiento mojado. Perderme entre los labios que nunca tuve, acariciar con mi sombra la suya. Pero oscurece, oscurece y estoy distante, al borde del canibalismo ermitaño, de la cólera, de una helada eterna.
Me llaman tus brazos Oh Dimize, amigo mío.
Me llaman tus brazos entre la alta hierba. Ven, hazme un desierto - que no deseo - ser eterno...
Oh Dimize, oh Dimize! amigo mío, lo único que te pido: no vivir después de estar muerto.